El trabajo del diablo by Pablo Poveda

El trabajo del diablo by Pablo Poveda

autor:Pablo Poveda [Poveda, Pablo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2023-05-01T00:00:00+00:00


26

Despertó con el pecho empapado de sudor. Se sentía fuera de lugar, como si no supiera en qué modo había llegado allí. Al abrir los ojos, percibió los rayos del sol calentando su rostro y recordó que estaba en la casa cuartel. La luz entraba con fuerza por la ventana y sus ojos alcanzaban a ver un cielo despejado. La cabeza le producía un chisporroteo parecido al de un huevo sobre aceite hirviendo. Se levantó de la cama y entró en el baño para darse una ducha fría. El agua le ayudó a deshacerse de la jaqueca que tenía. Demasiadas horas en activo, pensó, todavía con el sabor del café y del coñac en la boca. Semidesnudo y envuelto con una toalla frente al espejo, se percató de que iba encadenando los días, uno tras otro, sin llegar a ninguna parte. Si continuaba viviendo de esa forma, pronto perdería la cabeza, como casi le había sucedido un año atrás.

«No puedes volver a pasar por eso», se dijo, comprobando la profundidad de sus ojeras.

Salió del cuarto de baño y abrió el armario del guardia que vivía en esa habitación. Echó un vistazo en busca de una prenda que ponerse y solo encontró ropa que no le gustaba. En un cajón, junto a la ropa interior, dio con una camiseta negra de manga corta. La olió y sintió el perfume del suavizante. Estaba de suerte, pensó y se la puso. Se miró en el espejo y no le disgustó lo que vio. Oler a limpio era reconfortante. Mientras terminaba de vestirse, oyó un bullicio que llegaba del exterior. No obstante, desde el interior de la habitación, no podía ver más que el paseo. Con curiosidad, se acercó a la ventana, comprobó la hora en el reloj despertador de la mesilla y supuso que era demasiado pronto para que hubiese actividad en la calle.

Desde allí contempló un grupo de vecinos del pueblo que se agolpaban en la puerta corrediza de la casa cuartel. Gritaban al unísono la palabra asesino, a la espera de una explicación.

—Oh, no… —lamentó el inspector al reconocer un coche blanco del que salían dos personas de mediana edad, un hombre y una mujer. Él cargaba una cámara de televisión en las manos y ella, elegantemente vestida con una americana, sujetaba el micrófono.

«Esa entrometida», se dijo para sus adentros y sintió la urgencia de avisar al compañero. No sabía nada de Maqueda, pero era probable que siguiera dormido. Salió del dormitorio, bajó las escaleras y lo encontró sentado en el sillón de su despacho, con el uniforme puesto y el cabello aún húmedo tras la ducha.

Desde abajo, las proclamas se oían con más intensidad. El timbre de la puerta sonaba. La gente comenzaba a inquietarse por no recibir una respuesta sobre lo ocurrido y el asunto iba a tener trascendencia a nivel nacional.

—Tenemos visita… —dijo Rojo, señalando a la calle—. Alguien se ha ido de la lengua.

Maqueda dio un sorbo a la taza humeante de café y sonrió estirando los labios.



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